Monstruo



Tengo un monstruo escurridizo, obscuro, pesado, que se oculta tras dos sombras y cuelga de mi pecho,
al que le gustan las camisas dos tallas más grandes y le aterra el sol; o más concretamente: el verano.

Se refugia entre capas de ropa que casi nunca combinan y camina sin erguirse demasiado para intentar ocultarse del resto, siempre dando pasos agigantados al oír su nombre.

Le resulta prácticamente imposible imaginarse en una playa, en un baño que no es el suyo, desprendiéndose de su coraza de tela y siendo enteramente libre.

Ha llegado hasta este punto en el que él sólo se resigna, en cambio, a mantenerse en vela frente a un espejo que le cubre desde los pies a la cabeza y le recuerda cada noche, detalle tras detalle, todo aquello que le hace ser completamente dispensable.

Delgado.
Pequeño.
Frágil.


Tengo un monstruo que le teme a su propio reflejo, a su pubertad tardía, a la falta y al exceso, pero un monstruo que se permite también soñar a veces con ser más, con convertirse en más, y estamos aquí juntos aprendiendo.

Mi nombre es Mitchell, tengo diecinueve años y mi monstruo se llama disforia. Y el tuyo, ¿cómo se llama?

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