Añicos



Estaban equivocados. Ella no era perfecta, sino todo lo contrario.
Era un cúmulo de imperfecciones vibrantes que te hacía sentir vivo, pero también estaba rota, también estaba triste. Vacía, como el cajón de nuestra mesita de noche aquella tarde de abril cuando descubrí que se había ido; sin una carta, sin un portazo, sin un adiós. Sin nada que pudiese haberme alejado de sus brazos mientras dormía, o del latido acelerado de su corazón junto a mi pecho cuando me decía que yo era lo único bonito que podía tener el mundo. Y es que tal vez se fue por eso, para no arruinarme, teniendo la esperanza de que al irse no me quedaría nada más que levantarme.

—Pero cariño, mírame, yo también estoy roto, yo también estoy triste.

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